Nadie
El
estruendo del disparo llegó sorpresivamente.
Sintió el impacto en el hombro
izquierdo y el dolor fue intensísimo.
Se recostó en la pared y disparó
una, dos, tres, cuatro veces.
El cuerpo, laxo, se le fue
resbalando hasta quedar sentado en el suelo.
Todo el lado izquierdo era una
masa sanguinolenta que latía al ritmo del corazón, desaforadamente.
La mano derecha, transpirada, se
abrió y la Ballester Molina del .45 resbaló lentamente por su pierna, cayendo
al piso con un ruido metálico.
El olor a cordita inundaba el
ambiente.
Le picaban los ojos.
Entre la nube, vio el cuerpo
caído sobre el otro lado.
Estaba inmóvil.
Un sentimiento de desprecio y
pena comenzó a invadirlo.
Lentamente perdió noción de todo
y se desmayó.
Así lo encontraron.
Una
serie de luces intermitentes corrían por su vista y un ruido, persistente -como
un chirriar de ruedas sobre el pavimento-, le invadió la conciencia.
Vio gente de blanco alrededor y
después no supo más nada.
Se despertó en una habitación
blanca, aséptica.
Estaba solo.
Intentó levantarse, pero una
serie de conductos y tubos colocados en el cuerpo y un raro mareo lo
impidieron.
Lentamente se recostó.
Ya despierto, esperó con gran
paciencia.
Una de sus pocas virtudes,
“paciencia de cazador” decían los que lo conocían.
Pero nadie sabía que esa
paciencia era el producto de una infancia malograda, una juventud luchando por
sobrevivir en el barrio del bajo y los años pasados en la División
Encubrimiento, que lo habían marcado para siempre.
Nunca adelantarse a los
acontecimientos, saber esperar, el momento justo se presentaría siempre.
La celada tendida se parecía al
“Mate Pastor” como se lo conocía en ajedrez. Al tener la iniciativa, posicionó
sus piezas favorablemente y tan sólo en cuatro movimientos lo pulverizó.
Destrozó su cobertura sin que se diera cuenta y se enfrentó cara a cara con él,
ganándole la partida. Aunque también se dijo que cuando el juego termina, el
Rey y el Peón van a parar a la misma caja.
La mirada vagó por todos los
rincones y calculó que se encontraba en alguna clínica de la ciudad.
Una ventana semiabierta dejaba
pasar una suave brisa que refrescaba el ambiente.
El aroma de los pinos, lo llevó
a reconocer el lugar donde estaba.
La mente, como en un gran libro abierto,
comenzó a desgranar pensamientos, momentos, situaciones, escenarios.
Sabía a quién había matado.
Lo sabía con certeza.
Anduvo tras él, cazándolo,
durante largos inviernos.
Para ello tuvo que permitirse
renegar de todo y de todos.
Hay
una cierta clase de hombres que no gustan comer en el plato donde comen los
demás, él era uno de ellos.
Su pasado nunca había sido muy
limpio.
La línea entre lo correcto y lo
incorrecto, lo legal y lo ilegal siempre fue delgada. Pero… ¿quién podía
jactarse de hacer lo debido?
¿Qué era lo correcto?
Si al fin y al cabo, cada uno
actúa de acuerdo a las circunstancias que lo han marcado en la vida.
Nadie hace nada sin un porqué.
La disposición de ser callado,
pegar primero y preguntar después, le brindaron el momento oportuno en el día
exacto.
No dudó ni un segundo en
aprovecharlo.
Dejó atrás tres guardaespaldas y llevó a cabo lo que debía
hacer.
Aunque no salió como pensaba.
La puerta de la habitación se
abrió y por ella entró con decisión un individuo, cuya formalidad en la
vestimenta indicaba su procedencia policial.
-¡Hola muchacho, te cargaste a
López Jaramillo! ¡Hay un revuelo que ni te cuento!
-Si –dije. -Pero casi me lleva con él. ¿Como estoy?
-Pese al disparo y a la pérdida de sangre, relativamente bien. -Me contestó Marcel.
Eso sí, tu recuperación llevará bastante tiempo. La clavícula y parte
del hombro estaban hechos pedazos.
Menos mal que la 9 que usó tenía balas blindadas que te atravesaron
limpiamente, sino no lo hubieras contado.
-Marcel, ¿Cómo quedó todo legalmente? –Pregunté, sabiendo casi la respuesta.
-Como te dije, hay mucho revuelo, pero el hecho quedó calificado como
una reyerta entre dos bandas y una venganza de por medio.
Te conseguirán una nueva identidad y ¡adiós!
Para ellos les cumpliste un enorme servicio.
Me quedé pensativo. Iban a dar
la explicación de una venganza.
Para mí no, sólo había sido el
acto de cumplir, ni siquiera lo consideraba un deber.
La capa de civilización que
ostentamos es como una fina tela de cebolla, que ante el menor descuido, se
deprende, dejándonos ver quiénes somos en realidad. Sale a relucir el “hombre
de las cavernas” que prejuzga, juzga y sentencia en contados minutos.
No soy muy decente que digamos,
pero uso códigos y tengo los suficientes
cojones para permitirme cumplirlos.
El no los tenía.
Se sentía impune y era la maldad
personificada.
Bien muerto estaba.
Un poco cansado, le dije a
Marcel que agradecía su visita.
El entendió la indirecta y se
retiró calladamente.
Me quedé solo, vacío.
Vacío por dentro y por fuera,
era un perfecto desconocido hasta para mí mismo.
¿Qué había pasado conmigo?
¿Qué quedaba después de este
tiempo transcurrido?
¿Qué es lo que había visto y
padecido para sentirme así?
El hecho de comprender y no
comprender…
No lo sabía, quizás todo, quizás
nada.
La soledad, tal vez.
Aullé en mi interior.
No me parecía a ninguno.
¡No me parecía a nadie!