viernes, 17 de agosto de 2018




Ya estoy lista


     La ruta estaba solitaria, pero el sol pegaba dentro de la cabina del camión y aunque estaba prendido el aire acondicionado, me sentía bastante molesta.
La temperatura rondaba los 38 º C.
La hora no era la adecuada para manejar, pero el horario debía cumplirse y necesitaba llegar a tiempo.
Venía de San Juan y el destino final era la bodega de Animaná, en la Quebrada de las Flechas, en pleno territorio salteño. 
La noche anterior había dormido mal.
La comida chatarra de una chapucera golondrina no me había caído muy bien que digamos y si a eso le agregamos la cerveza, listo;  cóctel explosivo para no pasarla muy bien.

     Estaba llegando a un cruce con la ruta provincial 24, bastante peligroso.
Son esos cruces sin rotonda, en T, al cual hay que mirar dos veces antes de cruzar.
¡Maldita sea, el sol de frente no me dejaba ver bien!
Cuando todo parecía estar en órden, unos doscientos metros antes, solté un poco el acelerador.
En ese instante una sombra negra pasó por mi costado, impactó en el guardabarros derecho, se ladeó para el otro lado y salió despedida hacia la mano contraria.
Metí el embrague y empecé a tirar cambios como loca.
Sentía al semi que se me venía encima, y se ponía de costado.
Traté de mantenerlo derecho lo más que pude, pero al cabo de cierto tiempo la maniobra se tornó incontrolable.
El empuje del acoplado me llevó “puesta”
Una nube de polvo, cascotes y arena nubló todo y cuando me quise acordar, el camión se volcó arrastrando la cabina con él.
Por los aires volaban las chucherías sueltas del viaje, el atado de cigarrillos, el encendedor, las llaves.
Las correas del cinturón de seguridad me estaban haciendo pedazos, pero, ¡menos mal que lo tenía puesto!
El ruido de las botellas de vino desparramadas, se tornó insoportable.
Nunca había escuchado tantos vidrios rotos.
¡Y el olor! Fuerte, áspero.

De golpe, el silencio.
No se oía más nada.
Sólo el sonido del viento que seguía levantando tierra.
La cabina de costado, no me impidió desatarme y salir por la ventanilla.
¡Tenía una calentura de mil diablos!
Como un matón que empuña un arma, tremendamente enojada, recogí la llave en cruz que estaba en el suelo y encaré como un tren en marcha, cruzando la ruta.
Sentí un ardor en el brazo y en las costillas.
Cuando me miré, una roja mancha se iba extendiendo desde el codo hasta la muñeca.
No me importó.
No sentía dolor.
 
     La camioneta negra, con todo el costado izquierdo destrozado, estaba parada en la banquina del otro lado, quieta, inmóvil.
Los vidrios polarizados me impedían ver el interior.
La ira que me dominaba iba en aumento, pero cuando me acerqué y sentí el llanto de una criatura, se evaporó de inmediato.
La puerta del acompañante se abrió, y la mujer con la cara ensangrentada y una nena pequeña en brazos me miró desconcertada.

     Luego de dos horas de hablar con la policía y escuchar, sentada en la parte de atrás de una ambulancia con una manta encima, recapacitaba en todo lo que había pasado.
El brazo y el torso totalmente vendados no me impedían fumarme un cigarrillo, lentamente.
La mujer, cuando la pequeña se cayó del asiento, trató de levantarla, se dio vuelta y perdió el control del vehículo.
Cuando se quiso acordar estaba encima de mi camión.
Volanteó, pasó por mi derecha, trató de esquivarme y me chocó, perdiendo el control.
Las dos estaban magulladas y golpeadas.
En otra ambulancia las estaban controlando.
Nada serio.

     Lo serio sería explicarle a la compañía cómo resarcir un semirremolque totalmente destrozado y con la carga desparramada en varios cientos de metros, en medio del cruce de dos rutas, por supuesto cortadas hasta recoger los vestigios del choque.
¡Linda changa!
¡Si hasta me daban ganas de huir quién sabe dónde!
Tiré el “pucho”, que describió una amplia parábola antes de estrellarse en el suelo.
Miré al enfermero, me senté adentro y le dije:

-Vamos flaco, ¡ya estoy lista!   


                               Resultado de imagen para vuelco de camiones


                            Relato editado en el libro "La aventura de narrar" - 2015