martes, 4 de diciembre de 2018




El sueño


    La melancolía del otoño comenzaba a derramarse por toda la ciudad.
Las hojas, como juguetes vivos, se movían incansablemente por los caprichos del viento.
Se sentía el aire un poco húmedo y la caída del sol comenzaba a refrescar sensiblemente la temperatura.
La plaza, otrora colmada de niños, con sus risas y juegos, permanecía callada, como guardándose en sí misma para mejores ocasiones.
Un perro vagabundo se echaba bajo un frondoso árbol, tal vez para pasar la noche que ya se avecinaba.
La calesita, cubierta con sus lonas extendidas, guardaba para sí los juegos reprimidos, a la espera del momento oportuno en que volvieran a revivirla.

    Para llegar a la clínica que se encontraba frente a ella, debía cruzarse la avenida, en ese momento con escaso tráfico.
El edificio rectangular, macizo, con su gran entrada vidriada, que dejaba ver parte de su interior, permanecía silencioso.
Ya había terminado el horario médico y de visitas.
Solo quedaban dentro los que cumplían con su deber y los obligados a quedarse, nadie más.

    En una de las habitaciones del tercer piso, el hombre, acostado sobre las blancas sábanas, con su cuerpo marchito, se reflejaba frágil, agotado, consumido.
Ya casi no podía moverse, la edad avanzada literalmente lo había vencido.
Abrió los ojos despacio, recorrió con la vista la habitación aséptica, los aparatos que lo mantenían con vida.
La tecnología médica puesta al servicio del hombre, susurró; pero, ¿era eso vida?
Sabía que la muerte lo esperaba, a veces la veía sentada en la silla a su lado.
No sabía por qué, pero la veía femenina… “la muerte”.
No tenía ni la más mínima idea de cómo se establecía una relación con ella.
¿Lo vendría a buscar y nada más? O aparecería precedida de otra cosa.
Decidió evadirse de la triste realidad, esa espera indecisa, intranquila y apremiante.
Trataría de hacer lo que venía ocurriendo cada vez más seguido: soñar.
Cerró los ojos, se relajó lo más que pudo, se durmió plácidamente y lo logró, soñó.

    ¡Oh sí que soñó! ¡Y cuánto!
Nunca habían sido tan vívidos esos sueños.
Su fuerza juvenil, sus grandes andanzas, los viajes por los cinco continentes buscando aventuras, sus alegrías, los temores, la incertidumbre.
Encontró los mil colores del arco iris, la compleja  relación con la vida, las distancias del recuerdo y la página multicolor de todas las emociones sentidas a lo largo de su larga existencia.
Fue lo último que hizo.

    Cuando la enfermera entró raudamente a la habitación y se acercó, lo encontró con una sonrisa beatífica en su rostro.
De todos los aparatos, sólo uno emitía un pitido constante.
Se acercó, atinó a cerrarle los ojos y besarle la frente.
El no lo sintió.
Ella lo había venido a buscar.
Estaba más allá de todo lo conocido.
Se hallaba en el  lugar donde todos los sueños se hacen realidad.




Este relato forma parte de la Antología “Entre el Alma y el Mar” - SADE Atlántica MdP 2015
3ra. Mención de Honor - Género Cuento Corto - Certámenes de Verano 2016 - Organización la Hora del Cuento
Finalista - XIX Certamen Internacional de Poesía y Cuento 2016 - Grupo de Escritores Argentinos