jueves, 14 de junio de 2018




¿Quién eres?


     Ese día sabía que si subía a actuar, algo pasaría.
Lo presentía.
Siempre quise ser actor, estimado lector.
No me pregunte por qué, pero siempre lo quise.
Desde niño, las tablas fueron mi hogar.
Criado en un matrimonio de artistas, subir al escenario era para mí tan común, como para cualquier niño jugar a la pelota.

     Así fue, así nació mi carrera, que poco a poco fue transformándose en un sentir, en una verdadera forma de vida.
Existía solo y exclusivamente para actuar.

     Convengamos que actuar no resulta ser tan fácil.
Uno debe meterse en la piel de cada personaje, dejar su yo de lado y asumir el otro yo, aunque éste, siempre contenga al verdadero. ¿Qué paradoja, no?
En mi caso, más de una vez, el personaje trascendió al intérprete.
Eso es lo difícil de sobrellevar.
Uno es uno mismo y no uno ajeno, y transformarse en el otro no es sencillo (por supuesto si se quieren hacer las cosas bien), porque recordemos que para mí actuar fue mi manera de vivir, excluyente y sin miramientos.

     Tuve mucha fe en mí mismo, eso sí, logré con el tiempo una perfección actoral que me brindó una gran satisfacción.
Aclaremos que todo se debió a constancia, trabajo y organización.
Estudié con grandes actores, en institutos de renombre mundial, me esforcé al máximo y logré el resultado esperado: reconocimiento.

     Pero ese día sabía que si subía al escenario, algo pasaría.
Era una rara sensación que sentía dentro de mí cuerpo, hasta diría dentro de mi alma.
Era un sentimiento encontrado que por un lado me impulsaba a actuar y por el otro, me indicaba que no lo hiciera.

     La obra era un estreno en el principal teatro de la calle Corrientes, en esa inmensa metrópolis llamada  Buenos Aires.
Aunque hoy en día se estila mostrar todo desde un principio, nuestra compañía todavía ocultaba la escenografía.
Usábamos el telón, ese gran separador que divide la sala de un teatro en dos partes bien contrapuestas.
Por un lado el espectador, estimado lector, que espera su apertura, ansioso por saber con qué se encontrará y por el otro, los actores, que también anhelantes, desean presentarse ante su público.
¡Las luces!, no olvidemos las luces; brillo cegador, calor, oscuridad, frío.
Todo el abanico de posibilidades para recrear una atmósfera que debía conjugar con la actuación.
¡Qué hermoso me parecía todo esto, qué espectacularidad, qué sentimientos tenia dentro de mí, porque  allí estaba: ¡actuando!

     De pronto, en un instante, lo recuerdo con gran claridad, al final del segundo acto, sentí un agudo dolor en la parte izquierda del pecho. Me doblé en dos, caí al suelo exánime, casi sin querer.
Y casi sin querer me morí.
Sí, me morí.
Lisa y sencillamente me morí, dejé de vivir.
Al final mi presentimiento tuvo razón, algo iba a pasar si subía a actuar.

     Pero aquí no concluye todo, estimado lector.
No, todavía falta lo mejor, o lo peor, de acuerdo a cómo se lo mire.
Cuando partí, alguien preguntó:

     —¿Quién eres?
     — Un actor —respondí.
        Sí, pero… ¿quién eres?

     No supe qué contestar y lloré.


Este cuento fue galardonado con el 1er. PuestoCategoría Cuento Corto en los Certámenes de Verano 2015 – Organización Cultural La Hora del Cuento – Bialet Masée - Córdoba
y forma parte de la Antología Letras de Otoño de la misma Organización y de la Antología IX Encuentro Internacional Comunitario – Entretejiendo Imágenes y palabras 2014 – San Juan
Finalista  56° Concurso Internacional de Poesía y Narrativa “Premio a la palabra 2017”, en el género Narrativa. Instituto Cultural Latinoamericano.





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