Tributo
La
tarde desapacible se hizo aun más sombría cuando comenzó a oscurecer.
Las
nubes bajas corrían como en estampida y de golpe, la llovizna se transformó en
lluvia feroz.
Desde
la pequeña elevación podía verse parte del camino.
El
jinete corría anhelante. Su cabalgadura, un regio percherón, llevaba los ijares
rojos por la sangre de las lastimaduras. Los cascos levantaban a su paso
pedazos de barro, que lanzados como proyectiles volaban por el aire cayendo
varios metros más atrás. La baba colgante del belfo demostraba sus últimos
esfuerzos. Sobre un fondo de montañas inmensas, el castillo se divisaba aún
bajo el aguacero. Sus muros enormes, daban la impresión de fortaleza.
Era
un poder material dentro del contexto natural que lo rodeaba.
El
mensajero cabalgó raudo por el puente levadizo de madera que salvaba el foso y
entró con rapidez por la reja abierta. Antes que el animal se detuviera,
desmontó de un salto pese a la armadura que llevaba y se dirigió al primer paje
que salió a su encuentro. Su orden fue tajante:
—¡Sacadle
los arreos, limpiadlos! ¡Llevad el caballo al foso y matadlo! No vivirá mucho
más, está acabado.
Tambaleándose
por el cansancio, cruzó el Patio de Armas y se dirigió a la Sala Militar que
tan bien conocía. El Capitán de la Plaza lo estudió con detenimiento:
—¡Comandante!,
¡Estáis deshecho! —exclamó.
—¡Eso
no tiene importancia! —contestó el
jinete—. ¡Llevadme ante el Rey, rápido,
traigo un despacho muy importante que debo entregarle!
La
Torre del Homenaje se encontraba silenciosa. En la sala principal, un inmenso
hogar prendido daba una sensación agradable. El humo que a veces remolineaba,
hacía sentir el seductor olor de los troncos quemados.
El
Rey estaba sentado en un sillón inmenso de madera. Cubierto con sus vestimentas
matinales, el calor del fuego le hacía sentir somnolencia. Pero no era
solamente la situación, la noche anterior no había podido dormir casi nada. El
mensajero le había traído la noticia esperada, pero no por eso deseada.
El
juego de Ajedrez Viviente, al final se realizaría.
Era
la forma que había establecido con su oponente, el Visir Abdul Al-Mohardín,
para dirimir los territorios pretendidos por ambos.
En
un lugar a determinar se armarían los sesenta y cuatro escaques, disponiendo
las piezas humanas: Reyes, Reinas, Caballos, Alfiles, Torres y Peones.
Pero
estaba en juego algo más que un simple entretenimiento para dirimir la posesión
de una comarca. Se había convenido que la pieza tomada debía ser eliminada,
aniquilada. Era la manera de evitar un enfrentamiento de dos ejércitos que
dejarían miles de muertos y devastación de poblados. Y además, conformaría el
ansia de violencia que todos llevaban dentro. De alguna manera, por primera vez
en muchos años, los reyes resolverían en forma personal sus intereses.
Eligió
cuidadosamente a los peones por su bravura. Sus alfiles caballos y torres
fueron seleccionados por sus condiciones estratégicas, su tenacidad y orgullo.
La Dama, su Reina, fue bien instruida. Intuía que el sacrificio de algunos de
ellos sería inevitable, pero estaba seguro de ganar. Tenía conciencia que
jugaría muy bien, pero siempre estaban las circunstancias adversas. ¡Si sabía
él lo que era eso! Su reinado llevaba ya veinte años.
Se
decidió entre ambos monarcas, usar un lugar especial para el juego: una colina
plana que quedaba casi a la misma distancia de ambos reinos. Cientos de hombres
de ambos bandos la alisaron, armaron el gigantesco tablero blanco y negro y
colocaron las tiendas para todas las comitivas. Una pequeña ciudad totalmente
abastecida surgió de la nada, en muy poco tiempo.
De
un lado la bandera negra con la cimitarra blanca en el medio, determinaba el
lugar de Abdul Al-Mohardín. Del otro lado, la bandera blanca con la rosa roja.
Era su distintivo. Nunca supo realmente porqué la eligió como su estandarte,
tal vez por la sangre derramada en las luchas de conquista, tal vez porque era
su color favorito, tal vez porque la planta tenía una flor hermosa pero su
tallo estaba lleno de espinas, como la vida. Tal vez…
Llegó
al lugar un día antes proponiéndose estudiar con serenidad sus jugadas.
El
sonido de una trompeta sonó clara en el amanecer neblinoso. Se encontraron en el tablero. Cada uno de los personajes tomó
posición. El nerviosismo por ambas partes se podía percibir hasta en el aire. Estaba
en juego la existencia de cada uno de ellos, y más que eso, la vida del reino.
Le
llamó la atención la belleza de la Dama Negra. Una piel morena, delicada. Ojos
rasgados, exóticos. El pelo azabache cayendo lacio entre sus hombros. Una
verdadera vestal.
Sortearon
las piezas y cuando obtuvo las blancas, se sintió eufórico: ¡tenía la
iniciativa! Comenzaba bien. Peón 4 Rey fue su primer lance, luego vino el
desarrollo. Caballos y alfiles afuera, enroques, torres en posición. Se
detuvieron al mediar la partida. Aquí había que jugar con cuidado, un error
sería fatal. Estudió con lentitud sus próximas jugadas y las de su oponente,
hasta que al final se decidió. Peón por peón, caballo por peón, alfil por
caballo, torre por alfil, torre por torre… y las jugadas se hacían cada vez más
frenéticas.
Pieza
tomada, inmediatamente que salía del tablero, era ejecutada. Las espadas
entraban y salían de la carne humana y la pila de cuerpos iba en aumento. El
suelo de tierra comenzó a cambiar de color. El olor a sangre inundó el
ambiente. Un rayo cayó, seguido del retumbar de los truenos que desgarraban el
cielo. Una tormenta se precipitaba sobre la zona. Pero en ese preciso lugar, la
muerte reinaba.
Miró
por un momento el juego y vio “su jugada”. La dama contraria estaba a su alcance. ¡Dama
por Dama! De costado observó como un cuchillo penetraba en el pecho de la
belleza negra. Observó su rostro y vio en sus ojos resignación… y triunfo.
¡Y
de repente se dio cuenta! La celada
preparada por su rival había dado resultado. La torre negra exclamó ¡JAQUE! Se
corrió al costado, al lado de su peón, único lugar posible. El alfil negro
entró por la diagonal y exclamó ¡MATE!
Salió
del tablero aún perplejo. Solo atinó a
levantar la vista para ver a su ganador.
Una
cimitarra negra como un tizón del infierno, le cercenó la cabeza.
Esta,
aún con el rostro desconcertado, rodó hasta los pies de la Dama Negra… como un
tributo.
2do. premio de Literatura Tres de febrero 2017 - Cuento
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