Desde los primeros días de marzo de 2019, que no seguía con la temática de los cuentos. Es que fue un año arduo en muchos aspectos: presentaciones de libros, reuniones, conferencias... que quería compartir en este blog.
Volvemos, en esta época de pandemia, a esos eternos disparadores que nos permiten disfrutar la lectura.
Aquí vamos !!!
Extravío
Había
comenzado mi trabajo en el Ferrocarril del Sud Limitada, que luego pasaría a
ser el Roca, desde abajo. Cambista en Crave, luego en Hinojo, Azul, Olavarría y
Coronel Dorrego, hasta que ya afincado definitivamente en Mar del Plata,
ascendí a Guarda y posteriormente con el transcurso de los años, a Inspector.
Allí formé mi familia y disfruté como nunca de mi
labor.
Amaba el ferrocarril. Era una pasión en mi vida.
Tuve
muchas experiencias, de las buenas y de las otras, pero lo que voy a relatar
aquí, tiene que ver con lo inexplicable. ¿Por qué digo esto? Porque los sucesos
ocurridos ese día, el 6 de marzo de 1961, son para pensar.
A veces creo que no sucedió en realidad. La verdad,
a medida que pasa el tiempo, ya no se qué creer.
Para esa
época comandaba formaciones de carga hasta con 100 “ejes”, 50 vagones cargados
de materia prima, que se trasladaban desde Plaza Constitución a Mar del Plata.
Por lo general se salía desde la ciudad balnearia con una columna pequeña hacia
General Guido, donde contábamos con “el puente”, armazón giratoria que permitía
dar vuelta la máquina, sin necesidad de realizar largos trayectos para el
cambio de vías. Allí pernoctábamos todos, maquinistas, asistentes y personal
ejecutivo, en la “Comuna de Guardas”, inmenso salón con cocina, varias
habitaciones y un baño a compartir, al costado mismo de la estación. Desde allí
partíamos luego a buscar la formación definitiva para llevarla a la costa, ya
que algunos de sus vagones terminaban en Miramar.
Si bien
ya en ese entonces contábamos con máquinas Diesel, para este tipo de carga se
usaban las máquinas a vapor inglesas, negras, sólidas, con sus carboneras completas,
dando el empuje necesario para mover tantos vagones.
Al final del convoy, como siempre, el “furgón de
cola”, totalmente fabricado en madera, lugar especialmente destinado al trabajo
y descanso del personal a bordo. Con su mesa rectangular, el telégrafo, los
bancos movibles adosados a las paredes. Un gran mueble descubierto con variedad
de estantes donde se guardaban los papeles y la infaltable estufa a leña para
los fríos días de invierno. Era nuestro “hogar” en esas largas travesías.
En ese
entonces, antes de llegar a la Laguna de Chascomús, por el terreno anegadizo,
los rieles daban una vuelta muy cerrada hacia la derecha, metidos entre
juncales y arbustos altos que tapaban toda la visión lateral.
Allí había ocurrido un hecho desgraciado diez meses
atrás, ante el intento de suicidio de un hombre acostado sobre las vías. La
máquina no lo había arrollado. La parrilla lo había enganchado despidiéndole a
varios metros de distancia, totalmente lacerado.
Su agonía duró casi quince días hasta que al final
falleció, maldiciendo a todos los que trabajábamos en el ferrocarril.
Por eso le habíamos puesto a ese lugar, “La curva
del loco malo”.
Ese día,
el viaje venía transcurriendo normalmente con una temperatura bastante baja
para la época del año. Transportábamos maquinarias, petróleo y las infaltables
chatas al final de la formación, cargadas de pedregullo. La transmisión
telegráfica no era la mejor porque teníamos dificultad en comunicarnos con los
maquinistas, pero tampoco desesperábamos.
El “tran-tran” de las ruedas al cortar los tramos
de las vías se hacía sentir y el crujido de los elementos de madera daba el
toque “añejo” al momento. Nos manteníamos enzarzados en una charla amena sobre
las implicancias de nuestro trabajo. La formación llevaba el número 696.
Hasta allí, todo normal. Pero cuando nos estábamos
aproximando a la curva mencionada, el tren no bajó su velocidad como de
costumbre, al contrario, la aceleró.
¿Qué estaba pasando? ¿Habría algún problema?
Desconcertados, los cuatro que nos encontrábamos en el furgón nos
miramos sorprendidos. Intentamos comunicarnos con los maquinistas inútilmente.
Fue entonces cuando escuchamos aquel grito
infrahumano: chocante, patético, desgarrador. Nos traspasó el alma.
Sorprendidos y asustados, no comprendíamos nada.
Uno de mis compañeros se asomó a la ventana que
daba a las chatas y alcanzamos a ver como una neblina espesa comenzaba a cubrir
todo.
Era común en esa zona, pero esta daba la impresión
de ser otra cosa, avanzaba en ramalazos fuertes, con un viento arrachado.
¿Qué sería eso? ¡Un fenómeno meteorológico seguro
que no!
La sorpresa y el temor comenzaron a inundar el
vagón.
Nadie sabía qué hacer, estábamos aturdidos.
Instintivamente me acerqué a la puerta, la abrí y
colgándome del pasamanos, me asomé mirando hacia adelante. El viento era
intensísimo y no se veía nada.
De golpe sentí un impacto en mi cabeza y lo último
que alcancé a ver fue una rama descolgada, quebrada, de un árbol viejo que al
costado de los rieles mostraba una desnudez cadavérica. Luego caí. Caí como en
una espiral sin fondo y no sentí más nada.
Cuando
desperté, me encontraba totalmente magullado sobre el pedregullo, al costado de los durmientes. El silencio era total y los
rieles mostraban la curva típica hacia la derecha. El cielo completamente
despejado, mostraba el revoloteo de algunos caranchos y teros; su típico grajeo
llegó a mis oídos, lentamente.
Del tren nada, ni el más mínimo indicio.
¿Dónde estarían Chiquito Seden, el Negro Alonso, el
Turco Chaime y los dos maquinistas…?
Nota:
La carta
anterior fue encontrada entre las pertenencias del NN internado bajo el Nº
3105-49 en el Hospital Neuropsiquiátrico de la capital bonaerense, el 16 de
marzo de 1961. Fue hallado vagando por las vías del Ferrocarril General Roca en
inmediaciones de Chascomús, en total estado deplorable, deshidratado, lastimado
y hablando incoherencias. Internado en el Hospital de la ciudad de Dolores, fue
transferido al Neuropsiquiátrico de Capital Federal. Trasladado a nuestro nosocomio
en la fecha mencionada, hasta su deceso.
La Plata, 6 de marzo de 1993.-
Investigación del periodista Darío Inclán para el
Diario El Fundamental en la década del
60
La carta en cuestión, fue investigada por el
periodista Darío Inclán del Diario El Fundamental. Llegó a sus manos por una
infidencia de un empleado del hospicio que le pasaba información para sus
escritos.
Sus conclusiones fueron las siguientes:
La formación 696, jamás llegaría a destino. Es más,
desaparecería. Nunca se la volvería a ver. No se sabe si realmente existió, no
hay registros de ella.
Nunca se encontró documentación alguna respecto al
mencionado personaje NN, en ninguna de las ciudades mencionadas.
No se localizó referencia alguna de los nombres aludidos
en su narración.
El relato es coherente con la temática
ferrocarrilera de entonces. Existía incluso la mencionada “Comuna de Guardas”
en la localidad de General Guido y el trayecto de las formaciones era el
correcto.
¿Habría sucedido en realidad lo que se contaba en
la nota?
¿Sería todo producto de una imaginación enfermiza?
Según esta investigación, no es posible
comprobarlo.
Lo que si llama la atención, es que cada 6 de
marzo, año tras año, sucede algún raro suceso en inmediaciones de lo que se dio
en llamar La curva del loco malo.
¿Casualidad, coincidencia…?
Este cuento forma parte del libro Narrar... sigue siendo una aventura. Editado en 2017
¡Qué lindo! Un relato ferroviario con todas las de la ley.
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