domingo, 19 de abril de 2020





Desde los primeros días de marzo de 2019, que no seguía con la temática de los cuentos. Es que fue un año arduo en muchos aspectos: presentaciones de libros, reuniones, conferencias... que quería compartir en este blog.
Volvemos, en esta época de pandemia, a esos eternos disparadores que nos permiten disfrutar la lectura.
Aquí vamos !!!


Extravío


    Había comenzado mi trabajo en el Ferrocarril del Sud Limitada, que luego pasaría a ser el Roca, desde abajo. Cambista en Crave, luego en Hinojo, Azul, Olavarría y Coronel Dorrego, hasta que ya afincado definitivamente en Mar del Plata, ascendí a Guarda y posteriormente con el transcurso de los años, a Inspector.
Allí formé mi familia y disfruté como nunca de mi labor.
Amaba el ferrocarril. Era una pasión en mi vida.
    
    Tuve muchas experiencias, de las buenas y de las otras, pero lo que voy a relatar aquí, tiene que ver con lo inexplicable. ¿Por qué digo esto? Porque los sucesos ocurridos ese día, el 6 de marzo de 1961, son para pensar.
A veces creo que no sucedió en realidad. La verdad, a medida que pasa el tiempo, ya no se qué creer.

    Para esa época comandaba formaciones de carga hasta con 100 “ejes”, 50 vagones cargados de materia prima, que se trasladaban desde Plaza Constitución a Mar del Plata. Por lo general se salía desde la ciudad balnearia con una columna pequeña hacia General Guido, donde contábamos con “el puente”, armazón giratoria que permitía dar vuelta la máquina, sin necesidad de realizar largos trayectos para el cambio de vías. Allí pernoctábamos todos, maquinistas, asistentes y personal ejecutivo, en la “Comuna de Guardas”, inmenso salón con cocina, varias habitaciones y un baño a compartir, al costado mismo de la estación. Desde allí partíamos luego a buscar la formación definitiva para llevarla a la costa, ya que algunos de sus vagones terminaban en Miramar.

    Si bien ya en ese entonces contábamos con máquinas Diesel, para este tipo de carga se usaban las máquinas a vapor inglesas, negras, sólidas, con sus carboneras completas, dando el empuje necesario para mover tantos vagones.
Al final del convoy, como siempre, el “furgón de cola”, totalmente fabricado en madera, lugar especialmente destinado al trabajo y descanso del personal a bordo. Con su mesa rectangular, el telégrafo, los bancos movibles adosados a las paredes. Un gran mueble descubierto con variedad de estantes donde se guardaban los papeles y la infaltable estufa a leña para los fríos días de invierno. Era nuestro “hogar” en esas largas travesías.

    En ese entonces, antes de llegar a la Laguna de Chascomús, por el terreno anegadizo, los rieles daban una vuelta muy cerrada hacia la derecha, metidos entre juncales y arbustos altos que tapaban toda la visión lateral.
Allí había ocurrido un hecho desgraciado diez meses atrás, ante el intento de suicidio de un hombre acostado sobre las vías. La máquina no lo había arrollado. La parrilla lo había enganchado despidiéndole a varios metros de distancia, totalmente lacerado.
Su agonía duró casi quince días hasta que al final falleció, maldiciendo a todos los que trabajábamos en el ferrocarril.
Por eso le habíamos puesto a ese lugar, “La curva del loco malo”.

    Ese día, el viaje venía transcurriendo normalmente con una temperatura bastante baja para la época del año. Transportábamos maquinarias, petróleo y las infaltables chatas al final de la formación, cargadas de pedregullo. La transmisión telegráfica no era la mejor porque teníamos dificultad en comunicarnos con los maquinistas, pero tampoco desesperábamos.
El “tran-tran” de las ruedas al cortar los tramos de las vías se hacía sentir y el crujido de los elementos de madera daba el toque “añejo” al momento. Nos manteníamos enzarzados en una charla amena sobre las implicancias de nuestro trabajo. La formación llevaba el número 696.
Hasta allí, todo normal. Pero cuando nos estábamos aproximando a la curva mencionada, el tren no bajó su velocidad como de costumbre, al contrario, la aceleró.
¿Qué estaba pasando? ¿Habría algún problema?

     Desconcertados, los cuatro que nos encontrábamos en el furgón nos miramos sorprendidos. Intentamos comunicarnos con los maquinistas inútilmente.
Fue entonces cuando escuchamos aquel grito infrahumano: chocante, patético, desgarrador. Nos traspasó el alma.
Sorprendidos y asustados, no comprendíamos nada.
Uno de mis compañeros se asomó a la ventana que daba a las chatas y alcanzamos a ver como una neblina espesa comenzaba a cubrir todo.
Era común en esa zona, pero esta daba la impresión de ser otra cosa, avanzaba en ramalazos fuertes, con un viento arrachado.
¿Qué sería eso? ¡Un fenómeno meteorológico seguro que no!
La sorpresa y el temor comenzaron a inundar el vagón.
Nadie sabía qué hacer, estábamos aturdidos.
Instintivamente me acerqué a la puerta, la abrí y colgándome del pasamanos, me asomé mirando hacia adelante. El viento era intensísimo y no se veía nada.
De golpe sentí un impacto en mi cabeza y lo último que alcancé a ver fue una rama descolgada, quebrada, de un árbol viejo que al costado de los rieles mostraba una desnudez cadavérica. Luego caí. Caí como en una espiral sin fondo y no sentí más nada.

    Cuando desperté, me encontraba totalmente magullado sobre el pedregullo, al costado  de los durmientes. El silencio era total y los rieles mostraban la curva típica hacia la derecha. El cielo completamente despejado, mostraba el revoloteo de algunos caranchos y teros; su típico grajeo llegó a mis oídos, lentamente.
Del tren nada, ni el más mínimo indicio.
¿Dónde estarían Chiquito Seden, el Negro Alonso, el Turco Chaime y los dos maquinistas…?


Nota:
La carta anterior fue encontrada entre las pertenencias del NN internado bajo el Nº 3105-49 en el Hospital Neuropsiquiátrico de la capital bonaerense, el 16 de marzo de 1961. Fue hallado vagando por las vías del Ferrocarril General Roca en inmediaciones de Chascomús, en total estado deplorable, deshidratado, lastimado y hablando incoherencias. Internado en el Hospital de la ciudad de Dolores, fue transferido al Neuropsiquiátrico de Capital Federal. Trasladado a nuestro nosocomio en la fecha mencionada, hasta su deceso.
La Plata, 6 de marzo de 1993.-


Investigación del periodista Darío Inclán para el Diario El Fundamental  en la década del 60
La carta en cuestión, fue investigada por el periodista Darío Inclán del Diario El Fundamental. Llegó a sus manos por una infidencia de un empleado del hospicio que le pasaba información para sus escritos.
Sus conclusiones fueron las siguientes:
La formación 696, jamás llegaría a destino. Es más, desaparecería. Nunca se la volvería a ver. No se sabe si realmente existió, no hay registros de ella.
Nunca se encontró documentación alguna respecto al mencionado personaje NN, en ninguna de las ciudades mencionadas.
No se localizó referencia alguna de los nombres aludidos en su narración.
El relato es coherente con la temática ferrocarrilera de entonces. Existía incluso la mencionada “Comuna de Guardas” en la localidad de General Guido y el trayecto de las formaciones era el correcto.
¿Habría sucedido en realidad lo que se contaba en la nota?
¿Sería todo producto de una imaginación enfermiza?
Según esta investigación, no es posible comprobarlo.
Lo que si llama la atención, es que cada 6 de marzo, año tras año, sucede algún raro suceso en inmediaciones de lo que se dio en llamar La curva del loco malo.
¿Casualidad, coincidencia…?






Este cuento forma parte del libro Narrar... sigue siendo una aventura. Editado en 2017








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