EL ÚLTIMO CORSARIO
Una nueva Historias casi olvidada en la revista 7 Artes. En este caso: El último corsario.
REVISTA 7 ARTES - 15 de junio de 2021
HISTORIAS CASI OLVIDADAS - El último corsario
https://revistasieteartes.com/2021/06/23/historias-casi-olvidadas-el-ultimo-corsario-por-carlos-perez-de-villarreal/
Opinan muchos historiadores que el siglo XX empezó realmente con la Primera Guerra Mundial y que los catorce años anteriores no fueron más que un epílogo del anterior. En lo referente a combates navales, ese gran conflicto de alcance global supuso la generalización de los submarinos, la confirmación de los acorazados y la aparición de los portaaviones, por lo que resulta algo estrambótico la idea de un barco de vela desempeñando labores de corso, como cientos de años atrás. Y sin embargo, hubo un inaudito corsario que navegaba para el Káiser en un buque de tres palos y alcanzó cierta fama por su comportamiento caballeresco, al estilo del clásico Stede Bonnet. Se llamaba Félix Nikolaus Alexander Georg Graf von Luckner.
Luckner fue uno de esos personajes históricos que podríamos considerar carne de literatura o cine porque en su vida hay tantos aspectos asombrosos y situaciones insólitas que de no estar bien documentada, parecería fruto de la imaginación de un artista.
Nacido
en Dresde en 1881, era de familia noble (Graf es el equivalente germano de
conde) por herencia de su bisabuelo, que había sido Mariscal de Francia. Félix
fue uno de esos jóvenes que sentían una temprana vocación marinera pero que
para seguir la tradición de su apellido, tuvo que desterrarla temporalmente en
favor de la caballería.
No
obstante, la realidad terminó por imponerse y un día, con trece años de edad,
dejó los estudios para enrolarse como camarero en un velero llamado Niobe que
hacía la travesía interoceánica entre Hamburgo y Australia.
Félix, que adoptó el nombre falso de Phylax Lüdecke, se había jurado no regresar a casa hasta vestir el uniforme de la Marina Imperial, y un accidente estuvo a punto de dar al traste con aquella idea: un día de mar agitada se cayó por la borda y el capitán estaba dispuesto a abandonarlo para no arriesgar la vida de más tripulantes en un rescate, dado que era imposible localizarlo entre las olas. Entonces pasó una de esas cosas que a priori sólo podrían salir de una novela de Joseph Conrad o Jack London: Luckner consiguió agarrar por la pata a un albatros que se lanzó sobre él (los albatros y los marineros tienen una pendencia perenne) y el animal, con sus frenéticos aleteos, atrajo a varios congéneres, lo que reveló su posición y permitió el rescate.
Parece
difícil superar una entrada en la vida adulta como ésta pero lo cierto es que
los siete años siguientes resultan igual de sorprendentes. Al llegar a
Australia, Luckner ejerció todo tipo de oficios, como cazador de canguros,
pescador, marinero, camarero, peón ferroviario o representante del Ejército de
Salvación. Ejerció de torrero en un faro de Augusta hasta que el posadero que
le hospedaba le descubrió en la cama con su hija; la sangre no llegaría al río
porque el germano era, al parecer, un coloso que incluso participó en combates
de boxeo e hizo exhibiciones de fuerza en un circo, doblando monedas y
partiendo en dos, listines de teléfonos.
De hecho, también hubo momentos oscuros, como su paso por una cárcel de Chile por robar cerdos, las heridas recibidas en Jamaica en alguno de los incidentes en que se vio envuelto y la expulsión del hospital local por no tener dinero para pagar su cura. Como se puede ver, Luckner había saltado a América; también estuvo en México alistado en la guardia de Porfirio Díaz. Este pintoresco período se terminó aproximadamente al cumplir veinte años, en que un golpe de suerte le permitió dar un giro radical a su vida y retomar su vieja aspiración de marino.
Y
fue gracias a la intervención personal del káiser Guillermo. Luckner había
aprendido a hacer trucos de magia en el circo y fue contratado para actuar ante
el emperador teutón en el barco de éste, que entusiasmado con su habilidad y
enterado de su sueño, intercedió para que se le permitiera ingresar en una
escuela naval. Así, en 1908 y ya graduado, pasó nueve meses de prácticas a
bordo de un vapor de línea privado llamado Petropolis.
Al término de ese trabajo solicitó la entrada en la Kaiserliche Marine y en 1912 se le concedió, otorgándosele el mando de la cañonera SMS Panther , en África. Ya podía cumplir su deseo de volver ante sus familiares luciendo el uniforme y así lo hizo, siendo recibido con alborozo porque hasta entonces no habían tenido noticias de él. Fueron momentos felices porque ese mismo año se casó con Petra Schultz, con quien tendría una hija en 1913; pero su matrimonio se deshizo en 1914.
Claro
que para entonces había problemas mayores: el planeta entero sufría una
convulsión al estallar la Primera Guerra Mundial. Se abría una nueva etapa para
Luckner que empezó con su participación en la Batalla de Heligoland y siguió en
la de Jutlandia como oficial artillero del acorazado Kronprinz Wilhelm. Sin
embargo su futuro no estaba en la lucha convencional. Dada la superioridad de
la Royal Navy, a partir de 1915 la marina alemana se vio obligada a armar
buques mercantes autorizándolos a actuar como corsarios; en general no tuvieron
demasiado éxito pero colaboraban en distraer fuerzas del enemigo.
La escasez de combustible hizo que se recurriera a barcos de vela y dado que Luckner era de los pocos con experiencia en ese tipo de navegación, se le entregó el mando de un navío de tres mástiles, 83,5 metros de eslora y 1.571 toneladas llamado Pass of Balmaha, al que se dotó de dos cañones de 105 mm y varias ametralladoras. Fabricado en Gran Bretaña en 1888 pero capturado por un U-Boat, fue rebautizado Seeadler y equipado con dos motores, zarpando a la caza de presas el 21 de diciembre de 1916; eludió el bloqueo británico al enarbolar bandera noruega, idioma que hablaban Luckner y buena parte de sus hombres (seis oficiales y cincuenta y siete marineros) seleccionados precisamente por eso. Así, aunque a la altura de Islandia fueron detenidos y registrados por el crucero británico Avenger, pudieron engañarlo y seguir.
La
primera víctima del Seeadler llegó el 9 de enero de 1917 y a partir de ahí se
fueron sucediendo las capturas una tras otra hasta superar la docena y miles de
toneladas, todas con un denominador común: el no producir víctimas mortales.
Sólo hubo una excepción y fue por mala suerte: un marinero del buque británico
Hornharth que falleció cuando uno de los disparos hechos para detener éste
reventó una tubería de vapor. Con el resto, Luckner permitía a las
tripulaciones hacer una evacuación antes de hundir las naves o los llevaba a
bordo del Seeadler como prisioneros.
Hasta
trescientos llegó a reunir, con lo que ello implicaba en cuanto a reducción de
espacio disponible y provisiones, de ahí que en su última captura, un velero
francés llamado Cambronne, ordenara desmontarle los cuatro mástiles para
trasladar y acomodar a aquella gente. Luego lo dejó marchar al mando de uno de
los capitanes liberados. Una acción noble pero atrevida, porque la Royal Navy
obtuvo así información sobre Luckner y confirmó cuál era su área de actuación,
enviando una escuadra compuesta por los mercantes armados Otranto y Orbita, que
debían servir de cebo, y el crucero blindado HMS Lancaster.
No tuvieron éxito porque el corsario alemán, previendo algo así, había decidido cambiar de océano, atravesando el Cabo de Hornos para pasar a operar en el Pacífico. EEUU acababa de anunciar su entrada en la guerra y, por tanto, allí se perfilaba un nuevo caladero de presas. En efecto, tras recorrer la costa sudamericana en dirección norte, entre el 14 de junio y el 8 de julio el Seeadler hundió tres barcos de ese país.
Llegó
entonces el momento de darse un descanso, aprovechando que era necesario
limpiar y carenar el casco. Para ello se eligió el atolón polinesio de Mopelia
(actual Maupihaa), en el archipiélago de Sociedad, situado entre Maupiti y Bora
Bora. El sitio tenía una laguna central protegida por una barrera de coral pero
resultó ser demasiado poco profunda y el barco tuvo que fondearse fuera.
Sucedió entonces un imprevisto cuyas circunstancias no están claras, pues
mientras Luckner aseguró que un inesperado tsunami había estrellado al Seeadler
contra los arrecifes, algunos prisioneros estadounidenses declararon que había
encallado solo, cuando estaban comiendo en tierra junto a la mayor parte de la
tripulación.
El caso es que se perdió la nave, así que botaron los dos esquifes, acumularon cuantos víveres pudieron y se instalaron en el atolón mientras Luckner aparejaba con vela una de las lanchas y acompañado de cinco hombres intentaba llegar a las Islas Fiji; lo sorprendente es que la idea no era pedir ayuda sino capturar un barco y regresar a por el resto de los marineros y los 46 prisioneros estadounidenses para poder continuar su misión. Alcanzaron Wakaya varios días después, tras recorrer 3.700 kilómetros con escala en varias de las islas Cook -donde se hicieron pasar por noruegos-; pero ahí terminó su aventura porque la policía, desconfiando de su historia, les arrestó, enviándolos a un campo de prisioneros de Auckland, nueva Zelanda.
En
cambio, los compañeros que esperaban en Mopelia protagonizaron un rocambolesco
episodio: enterados por radio de la detención de su capitán, abordaron un
pequeño barco francés que se había acercado al atolón, dejaron a su tripulación
en tierra y volvieron a navegar, aunque no por mucho tiempo. La nave, que se
llamaba Lutece pero que fue rebautizada como Fortuna, puso rumbo a América del
Sur pero a la altura de la Isla de Pascua naufragó. Los marineros pudieron
llegar a tierra para ser arrestados por los chilenos, que les internaron en un
campo el resto de la guerra. Mientras, el capitán del Lutece se embarcó con
tres de sus hombres en la barca que quedaba y consiguió llegar hasta Pago Pago
el 4 de octubre para informar de todo y pedir que fueran a rescatar a los
demás.
Entretanto, Luckner aún protagonizaría otro memorable capítulo el 13 de diciembre, al organizar con sus marinos una función navideña que no era sino un truco para evadirse: usando una ametralladora arrebatada a los guardias, se apoderaron de la lancha a motor del comandante, la Pearl, y contando como único equipo con un sextante y un mapa que habían copiado de un atlas escolar navegaron hasta las Islas Kermadec, ubicadas entre el noreste de nueva Zelanda y el sureste de Tonga, donde pensaban adueñarse de alguno de los barcos anclados. Se hicieron con la goleta Moa pero al final, una semana después, fueron alcanzados por sus perseguidores, que dedujeron hábilmente hacia dónde se dirigían.
Terminada
la guerra, Luckner fue repatriado en 1919 y publicó un libro contando sus
aventuras que se convirtió en un best seller en Alemania. Se volvió a casar en
1924 con la sueca Ingeborg Engeström y dos años más tarde adquirió el barco Vaterland, con el que inició una singladura
en favor de la paz por todo el mundo, volviéndose muy popular su imagen con
gorra y pipa. Curiosamente, fue quien inspiró la frustrada vocación naval a
Reinhard Heydrich, el que posteriormente se convertiría en jefe de la Gestapo y
Protector de Bohemia y Moravia, del que era amigo. De hecho, en la segunda
mitad de los años treinta, el matrimonio Luckner estaba considerado pro-nazi y
fue sometido a control durante las etapas de un nuevo viaje de buena voluntad
en el que se había embarcado.
Más
aún, el régimen hitleriano procuró usar su prestigio con fines propagandísticos
obviando el hecho de que Luckner había ingresado en la francmasonería una
década antes. Así llegaron malos tiempos para él: acusado de estupro, aunque
salió indemne del juicio se le congelaron las cuentas bancarias, además de
exigírsele la renuncia a buena parte de los honores acumulados.
Después,
en plena Segunda Guerra Mundial, ayudó a escapar a EEUU a una mujer judía y fue
designado para negociar la rendición de la ciudad donde vivía, Halle, ante el
ejército estadounidense que se acercaba. Todo esto le supuso una condena a
muerte por parte de los nazis, si bien él se aseguró de quedarse a salvo en
territorio ya ocupado.
Al
acabar la contienda se instaló en Malmö (Suecia) con su esposa, donde falleció
en 1966.
Fuentes:
The
Sea Devil. The story of Count Felix Von Luckner, the german war raider
(Lowell Thomas)
German
Raiders of the First World War. Kaiserliche Marine Cruisers and the epic chases
(Chris Sams)
Felix
Graf von Luckner Gesellschaft E.V (web oficial de la sociedad homónima)/World
War I Live/Wikipedia
Imagenes: créditos a quien corresponda
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