Buscando
Llovía, persistentemente, como
casi todos los días en esa época del año, con esa llovizna húmeda y fría que
calaba hasta los huesos.
Había vuelto a la ciudad, su
ciudad, luego de casi diez años.
Diez años recorriendo América.
Buscando, siempre buscando.
Caminos que ya no eran los
mismos.
Demasiado tiempo.
Lo primero que hizo al llegar
fue transitar el viejo barrio, sus esquinas conocidas, sus veredas, su antigua
casa familiar.
Luego fue hacia el centro: la
peatonal, las avenidas, los negocios comerciales, todo estaba como lo
recordaba.
Llegó hasta el puente. Desde
allí se veía toda la bahía.
Divisó el edificio que lo
albergara durante tantos años de trabajo.
Una punzada de nostalgia le
arrancó un gemido del pecho.
«Sónkop Ujúmpi”» se
dijo, “en el corazón, más adentro”,
como decía Atahualpa.
¡Cuántos años!
Escuchó el sonido del potente
motor de la moto bajo sus piernas, sintió su fuerza y miró el sidecar cubierto
con una lona especial, hecha hacía mucho tiempo atrás.
Permitía mantener seco todo el
contenido. Lo indispensable para vivir.
Era el mejor vehículo encontrado
en su diario caminar.
Cruzó la plaza y se dirigió al
hotel, aquel tan recordado.
Subió las escalinatas y se puso
a resguardo.
El mar estaba brumoso por la
lluvia, pero aún se dibujaba la línea del horizonte. Calmo, con olas pequeñas
que besaban la playa de arena casi dorada, parecía que se mantenía a la
expectativa por la falta de viento.
Bajó rápidamente con un extraño
presentimiento y se dirigió hacia el palacete antiguo que tan bien conocía.
Buscando, siempre buscando…
Le costó llegar, la zona había
cambiado bastante, pero al final lo encontró.
Había sido una falsa alarma. Creyó,
como lo hizo siempre ante cualquier atisbo de duda, pero no. La verdad era
irrefutable.
En sus jardines encontró la
flor, pequeña, roja, casi púrpura y por reflejo la arrancó y se la puso sobre
el doblez de la campera. Se rió por dentro pensando que lo
hacía a la vieja usanza, como cuando los aristócratas se colocaban las flores
en las solapas de los sacos y smokings, engalanándose para alguna fiesta.
Sintió frió, se levantó la
capucha y buscando refugio, subió la loma por la avenida, hasta encontrar el
lugar adecuado. Allí, cómodamente sentado, comió algo y bebió suficiente agua,
el peligro de la deshidratación siempre estaba presente.
Y volvió al mar, ese mar que
tanto lo atraía. Ese mar que había sido su compañero de aventuras desde chico,
nadando, pescando, navegando.
La lluvia había parado,
comenzaba a sentirse el viento del sur, que llevaba las nubes, lejos, más allá
del horizonte.
Dejó la moto, bajó por la
recova, siguió por las escaleras y al fin pisó la arena. Compacta por el agua
caída, no tenía ninguna huella. Sólo las que él iba dejando.
Se sentó sobre la orilla, casi
al borde del agua.
Tomó la flor en su mano, la
miró, la llevó hacia arriba y la soltó.
Una fuerte corriente de aire se
encargó de levantarla y llevarla sobre las olas hasta que al fin desapareció.
Se sintió triste y solo, pero
ese sentimiento ya era su viejo amigo.
La resignación llega cuando la
razón desiste.
Lo sabía.
Él, era el último de su especie.
¡Era el último ser humano sobre la tierra!
Este relato se encuentra en el libro "La aventura de narrar" (2015) y forma parte de: Antología Escritura Creativa & Recreativa –
2013 / Antología
IX Encuentro Internacional Comunitario - Entretejiendo Imágenes y palabras 2014
– San Juan / Antología
2014 Narrativa, Dramaturgia y Poesía del Taller Literario Darwin M. Manuel Club Atlético Kimberley - Mar del Plata / Antología Érase un
Microcuento II - Editorial Diversidad Literaria – 2014 / Antología
Fusionando Palabras 2017 - Narrativa - Instituto Cultural Latinoamericano / Premiado con Mención
de Honor en el 58° Concurso Internacional de Poesía y Narrativa 2017
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