TOC: Orden
Carlos era extremadamente ordenado.
Tan extremadamente ordenado que
prácticamente vivía enajenado con el control del orden en todo sentido:
horarios, comidas, visitas, ropa, utensilios.
Ya había tenido problemas en su
trabajo, e incluso familiares; pero era más fuerte que él: debía ordenar.
Vivía acomodando y acomodando lo
acomodado.
Era un “ordenador”.
Las
cosas que lo rodeaban debían estar dispuestas rígidamente, tal cual él las acondicionaba.
No había disyuntiva alguna. Por supuesto esto incluía
distribuciones perfectamente simétricas y horarios a cumplir a rajatabla.
En principio pensó que era solamente una manía, o un ritual, como muchos
otros que podemos tener los seres humanos; pero poco a poco se fue convenciendo
que era algo más y comenzó a tratarse psiquiátricamente con un profesional, el
cual lo llevó a una terapia conductista, que finalmente derivó en fármacos. Ninguna
de las dos posibilidades dio resultado. La cuestión es que Carlos dejó de trabajar, de salir y comenzó a
vivir prácticamente, encerrado en su casa. Por supuesto, su mujer, un poco
alterada ya con la excusa de que su mamá no estaba bien de salud, partió a
verla un domingo por la mañana y no volvió más.
Su
hija, un sábado por la tarde, salió con su novio, dijo:
- ¡Hasta luego!
y “desaparecieron en acción” los
dos.
Nunca más se los volvió a ver.
Su hijo mayor, que era el único
que lo acompañaba, encontró trabajo muy rápidamente, algo que siempre le costó
hallar. Logrado ese objetivo, un lunes
por la tarde, aparentemente se olvidó de regresar.
Así Carlos, un día, quedó
solo.
Eso sí, preparaba su desayuno
exactamente a las ocho de la mañana, almorzaba justo a las doce, tomaba mate,
como el five o’clock inglés, a las cinco
de la tarde, cenaba a las ocho de la noche y dejaba todo dispuesto.
Cada cosa en su lugar.
Ordenar sobre lo ordenado.
Todo venía desarrollándose casi
normalmente, aunque algunas fallas lo hicieron darse cuenta que el accionar del
común de los mortales no coincidía con el suyo, en nada.
En esos momentos se desmoronaba.
Su
pasatiempo favorito eran las series televisivas que pasaban exactamente a las
horas indicadas y vaya uno a saber por qué, varias de las películas comenzaron
con atrasos de horarios bastante significativos. Fueron
fatales, casi rompe el televisor y aunque no lo hizo, porque pensó que después
tendría que limpiar todo y ordenar, se desestabilizó.
Su angustia era tremenda y su desasosiego,
feroz.
Tomó una determinación.
El tema, importante por sí mismo
debido a las implicancias que pasaron a futuro, es que, pasado un tiempo, su
mujer en contacto con sus hijos, decidieron
visitarlo para ver con que se encontraban.
Sorpresa mayúscula: para variar,
todo ordenado, todo en perfecto orden, sin una mácula de polvo ni ningún objeto
fuera de su lugar correspondiente, pero Carlos no estaba.
Revisaron la casa, las
habitaciones, el living, el baño, la cocina, el patio, el jardín y nada.
Carlos no aparecía.
Todo estaba intachablemente
dispuesto, pero aparentemente el “marido-padre-suegro” se había evaporado.
Dieron aviso a la policía, se lo
buscó en los hospitales, las clínicas, las iglesias, hasta en la morgue y
nada. La familia volvió a su
normalidad, ocupó nuevamente la vivienda, hasta que la misma fue interrumpida,
cuando comenzaron a embalar las pertenencias del dueño de casa presuntamente
desaparecido.
En
un rincón del placard, bien escondido, arriba de unas remeras muy bien
ordenadas,
limpio, almidonado, planchado y doblado en perfecto estado, se encontraba "guardado"...
Carlos.
Cuento incluido en el libro "La aventura de narrar" editado en 2015.-
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