miércoles, 7 de febrero de 2018




Un sueño en Navidad


     Corría el año 1947 en el país vasco
En el pequeño pueblito de Zalduendo de Álava, a los pies del camino que atraviesa el Paso de San Adrián, separando la agrícola Llanada Alavesa y los boscosos y selváticos valles de Guipúzcoa, se encontraba la pequeña casa de piedra.
El humo de la chimenea flotaba tenue en esa mañana de primavera.

     Dentro de ella, una figura grácil se afanaba trabajosamente en la cocina. Se llamaba María.
Sus veinte años se reflejaban en la cara rubicunda, casi con pecas, su nariz fina y aquilina, sus pequeñas orejas aplastando el cabello castaño, abundante y peinado hacia atrás en un gran rodete.
Las manos trabajaban laboriosamente y aunque el vestido revelaba sus formas, ella trataba de sentirse cómoda, usándolo holgado.
Los cacharros iban quedando lavados y ordenados uno a uno en esa pequeña morada, donde con la imaginación y los materiales que tenía a su alcance, había ido dejando su impronta.
El dormitorio olía a azares y lavanda, plantas de su pequeño jardín.
Las ventanas, diminutas, acompañadas de cortinas de tela rústica que ella misma había confeccionado, dejaban pasar la tenue luz del sol para mantenerlo fresco y aireado.
Un armario empotrado dejaba entrever ropa de dos personas cuidadosamente plegada.
La cocina contaba con una mesa de madera y cuatro sillas hechas por su esposo; el hogar, donde ya bullía una olla con verduras recolectadas de la quinta; y un mueble donde colgaban los utensilios utilizados diariamente.
El patio, fresco, de piso de tierra bien apisonado, dejaba ver una gran parra que cubría de verdor todo su espacio aéreo.

     Se sentía cansada, acarició su vientre de casi siete meses de gestación y una dulzura conmovedora le arreboló la cara.
¡Iba a ser madre de su primer hijo!
Lo sintió moverse en su vientre y se sintió plena e inmensamente felíz
En ese momento, unos brazos fuertes pero cariñosos rodearon su talle.
Un beso tierno en la nuca la hizo darse vuelta para encontrarse con José, el carpintero del pueblo, su compañero.
Sudoroso por la larga subida hasta su casa, José dejaba ver un rostro de tez mate, con su ensortijado pelo negro.
Su cuerpo era robusto y enérgico, con fuertes manos, rudas, callosas: que realizaban el trabajo intenso de transformar la madera.

-María, mi hermosa María, ¡Tengo algo muy importante que decirte! – exclamó.

Ella lo miró extrañada.

-¿Qué es? –preguntó.

-¡Nos vamos! –dijo él

-¿Nos vamos…? ¿A dónde? –respondió sorprendida.

-A América. Una nueva tierra. Después de la guerra, las cosas han cambiado mucho. ¡Por nosotros, por nuestro hijo y por los que vendrán, debemos buscar nuevos horizontes!

-Pero José… ¿Cómo vamos a dejar todo? Nuestras familias, amigos, nuestro terruño.
¿A dónde vamos a ir? ¿Qué país nos acogerá? ¡Estoy embarazada!  

-¡María, mi María!, ¡Está todo casi arreglado!
Nos iremos en una semana.
Vamos hasta Vitoria y luego a Pamplona en camión. Nos lleva Manuel, mi primo.
Allí nos quedamos en casa de su madre, la tía Mercedes. ¿Te acuerdas de ella? La que te regaló el centro de mesa que era de su familia, cuando nos casamos.
Después en colectivo nos llevan a Lérida y por fin a Barcelona.
Son unos 530 kilómetros en total, más o menos.
Nos esperan unos parientes de mi madre que nos alojarán unos días, hasta que parta el barco hacia la Argentina.
En este país vamos con Zuviría y su familia, amigos de mi padre, que nos llevarán hasta una ciudad que da al mar. Se llama Mar del Plata, y dicen que necesitan mano de obra.
!Está todo listo! !Es nuestra mejor oportunidad, y creo que hasta la única que hemos tenido!
Si todo sale bien, tendremos nuestro hijo en esta nueva tierra y quien sabe… tal vez algún día nos agradezca.

     María, pensativa, escuchó el aluvión de palabras de José y tomando una resolución, acariciando su vientre con la mano extendida debajo, le dijo:

-Por un lado tengo miedo.
Será empezar de nuevo José, nosotros dos solos, sin nadie de nuestra familia que nos apoye o ayude. ¿Qué nos pasará?
Pero por otro lado, se que podemos salir adelante, ¡hombre!, tu, el niño y yo juntos, ¡Nadie podrá detenernos; aquí o en ese país adónde vamos!
Te seguiré, pero con una condición. Está en juego el nombre de nuestro vástago.
En la familia circulan muchos.
¡Yo quiero ponerle Jesús, y así será!  !Es nuestro Salvador y en quien más creo!
Decidida, exclamó: ¡Jesús, María y José, esa será la familia cacanarra que emigre a la Argentina! ¡Y no se hable más del asunto…! ¡Cuando partimos!

     Argentina. Corre el año 2013.
El pais, luego de varias viscisitudes se está recuperando.
La tarde de verano se hace fresca por el viento del este que sopla sostenido desde el mar.
La ciudad se esta vistiendo de fiesta para celebrar el fin de año. Mucha gente ha llegado.
La mujer mayor con el pelo totalmente blanco, rematado en un rodete, se encuentra en su cocina, preparando los ricos manjares que sus hijos y nietos, comerán esa navidad.
Mira el cuadro colgado en la pared del comedor y sonríe pensando en el regalo de su nieta.
Ese vientre envuelto en tules con esa mano debajo acariciándolo.
Su rostro se ilumina recordando el embarazo de Jesús, su primer hijo, su viaje en barco, su llegada a Mar del Plata, sus alegrias y sinsabores, su familia, su vida.
¡Bendita tierra que nos albergó y bendita ciudad que nos dio trabajo!
Si hasta pudo volver a Zalduendo a ver a su propia familia
Sus ojos vuelven a mirar el cuadro y sonríe nuevamente.
José ya no está, duerme su inveterada siesta con el Creador.
Su hijo Jesús, ha formado su propia descendencia bendecida con tres nietos.
    
     Un pequeño mareo la hace sentarse en el sofá.
Apoya los brazos lentamente. Se recuesta y dulcemente cierra los ojos, sueña…
Su mente vuela y se encuentra en su pueblo natal.
Ve su casa de piedra, la parra, el jardín, la huerta, su cocina… admira su “panza”
     
     Alguien viene por el camino hacia la casa.
¿Quién es ese hombre tan resplandeciente?
Su mirada es tan beata y tranquilizadora que cuando la toma de la mano y la lleva con Él, se deja estar. 
¡Oh Señor, que paz…!

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