domingo, 1 de abril de 2018




La Incógnita


     La temperatura es insoportable.
Los hombres trabajan, callados, mientras los hierros y las maderas van tomando forma.
En ese atardecer africano, el sol deja ver sus últimos rayos como flechas ígneas atravesando las pocas nubes del firmamento.
Se siente cansada, se arrodilla y deja caer el cuerpo recostándose.
Sus cuatro patas estiradas casi tocan la reja.
La jaula donde se encuentra no es muy grande y su piel a rayas, se sacude constantemente para espantar las moscas y tábanos que la rondan.
El calor agobia.
Observa a los hombres trabajando y desvía la mirada para ver a su compañera.
Esta con su largo cuello, no tiene más remedio que permanecer parada dentro de su encierro; también está enjaulada.
La mirada de las dos se encuentra y un chispazo de incomprensión las une, insensibilidad, incertidumbre, temor.

     El teléfono sonó.
Mi trabajo de periodista especializado no me impedía dejar de atenderlo.
Debía cubrir un evento muy importante.
Técnicos y especialista nacionales y extranjeros, luego de realizar innumerables pruebas con cebras y jirafas, habían llegado a una conclusión. Las nuevas generaciones poseían ramificaciones cerebrales que superaban a los delfines y chimpancés.
Casi se podría decir, que sus cerebros evolucionaban muy rápidamente, asimilando infinidad de conocimientos.
En la planicie de Serengueti en Tanzania, habían capturado dos ejemplares para estudio y los traían al Zoológico de Buenos Aires. Su llegada iba a causar revuelo.
Se solicitaba al periodismo en general que visitara a los animales, presenciara las disertaciones y evaluara luego en sus artículos cuáles eran sus conclusiones.
Daban por hecho sus conjeturas y presunciones.

     Así que, pocos días después, me metí en el tráfico dominguero casi nulo, de la avenida del Libertador y me acerque al Zoológico.
Presencié las charlas que se brindaron en la biblioteca y al final de las mismas pregunté por los animales.
Estaban encerrados en una jaula especial,  prácticamente aislados, pasando la glorieta, sobre la Avenida República de la India.
Tranquilo, me dirigí al lugar.
Varios periodistas y fotógrafos ya se retiraban.

     Me acerqué despacio a los barrotes.
Pude distinguir sus cuerpos jóvenes y robustos.
Solo cuando la cebra caminó hacia mí y se paró olfateándome, no sé porqué, estiré mi brazo dentro de la jaula.
Me miró y acercó su lomo.
Toque su cabeza, acariciándola y en ese instante un ramalazo de sensaciones cubrió mi mente.
¡Vi!...  ¡sí! Prácticamente vi, como en una película que giraba frente a mis ojos, la sabana africana.
Manadas de animales pastaban por todo el lugar. Cebras, gnus, elefantes, gacelas, jirafas, una hembra de león recostada con sus cachorros, búfalos en la lejanía, guepardos…
Pero no se veía ninguna presencia humana.
La imagen me retrotraía al principio de los principios, pero esto parecía el futuro. 
Asustado, retiré mi mano rápidamente.
Me quedé quieto, sobresaltado y temeroso.
¡Me había pasado algo inconcebible!
El animal me miró y en sus ojos encontré comprensión, entendimiento y amor.

     Mi artículo causó sensación, fue determinante.
Mis contactos y los contactos de mis contactos pasaron la información.
Todo había resultado ser una farsa.
En una semana, los especialistas se retiraron, los animales fueron llevados de vuelta a África y el tema se fue desdibujando.
Sentado en mi oficina, colgué el teléfono en el auricular y me recliné en el sillón.
Todo había resultado tal cual lo esperado.
Si el ser humano debería desaparecer de la faz de la tierra en el futuro, sería obra de la naturaleza. No sería yo quien apresurara las cosas.
Otras especies nos suplantarían, quien sabe.
Casi debajo de mí, la ciudad bullía, desordenada y atrapante, con su propia vida latiendo, sin importarle nada más.

     Bajé las escaleras. Salí a la calle y el pandemónium del tránsito me golpeó de lleno. Bocinazos, rumor de automóviles, sirenas a lo lejos, en fin… la ciudad de todos los días.
Me paré en seco para acostumbrarme al nuevo fenómeno y luego de unos segundos comencé a caminar hacia el viejo café de la esquina.
Por un momento pensé en los sentimientos que había visto en los ojos del animal.
Sonreí, porque para mí... fue misión cumplida



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 El presente relato forma parte del libro "La aventura de narrar", editado en 2015.

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