¿Quién eres?
Ese
día sabía que si subía a actuar, algo pasaría.
Lo presentía.
Siempre quise ser actor,
estimado lector.
No me pregunte por qué, pero
siempre lo quise.
Desde niño, las tablas fueron mi
hogar.
Criado en un matrimonio de
artistas, subir al escenario era para mí tan común, como para cualquier niño
jugar a la pelota.
Así fue, así nació mi carrera, que poco a
poco fue transformándose en un sentir, en una verdadera forma de vida.
Existía solo y exclusivamente
para actuar.
Convengamos
que actuar no resulta ser tan fácil.
Uno debe meterse en la piel de
cada personaje, dejar su yo de lado y asumir el otro yo, aunque éste, siempre
contenga al verdadero. ¿Qué paradoja, no?
En mi caso, más de una vez, el
personaje trascendió al intérprete.
Eso es lo difícil de
sobrellevar.
Uno es uno mismo y no uno ajeno,
y transformarse en el otro no es sencillo (por supuesto si se quieren hacer las
cosas bien), porque recordemos que para mí actuar fue mi manera de vivir,
excluyente y sin miramientos.
Tuve
mucha fe en mí mismo, eso sí, logré con el tiempo una perfección actoral que me
brindó una gran satisfacción.
Aclaremos que todo se debió a
constancia, trabajo y organización.
Estudié con grandes actores, en
institutos de renombre mundial, me esforcé al máximo y logré el resultado
esperado: reconocimiento.
Pero ese día sabía que si subía al
escenario, algo pasaría.
Era una rara sensación que
sentía dentro de mí cuerpo, hasta diría dentro de mi alma.
Era un sentimiento encontrado
que por un lado me impulsaba a actuar y por el otro, me indicaba que no lo
hiciera.
La
obra era un estreno en el principal teatro de la calle Corrientes, en esa
inmensa metrópolis llamada Buenos Aires.
Aunque hoy en día se estila
mostrar todo desde un principio, nuestra compañía todavía ocultaba la
escenografía.
Usábamos el telón, ese gran
separador que divide la sala de un teatro en dos partes bien contrapuestas.
Por un lado el espectador,
estimado lector, que espera su apertura, ansioso por saber con qué se
encontrará y por el otro, los actores, que también anhelantes, desean
presentarse ante su público.
¡Las luces!, no olvidemos las
luces; brillo cegador, calor, oscuridad, frío.
Todo el abanico de posibilidades
para recrear una atmósfera que debía conjugar con la actuación.
¡Qué hermoso me parecía todo
esto, qué espectacularidad, qué sentimientos tenia dentro de mí, porque allí estaba: ¡actuando!
De
pronto, en un instante, lo recuerdo con gran claridad, al final del segundo
acto, sentí un agudo dolor en la parte izquierda del pecho. Me doblé en dos,
caí al suelo exánime, casi sin querer.
Y casi sin querer me morí.
Sí, me morí.
Lisa y sencillamente me morí,
dejé de vivir.
Al final mi presentimiento tuvo
razón, algo iba a pasar si subía a actuar.
Pero
aquí no concluye todo, estimado lector.
No, todavía falta lo mejor, o lo
peor, de acuerdo a cómo se lo mire.
Cuando partí, alguien preguntó:
—¿Quién eres?
— Un actor —respondí.
No supe qué contestar y lloré.
Este cuento fue galardonado con el 1er. Puesto – Categoría Cuento
Corto en los Certámenes de Verano 2015 – Organización Cultural La Hora del
Cuento – Bialet Masée - Córdoba
y forma parte de la Antología
Letras de Otoño de la misma Organización y de la Antología IX Encuentro
Internacional Comunitario – Entretejiendo Imágenes y palabras 2014 – San Juan
Finalista 56° Concurso Internacional de Poesía y
Narrativa “Premio a la palabra 2017”, en el género Narrativa. Instituto
Cultural Latinoamericano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario