lunes, 11 de junio de 2018




Tributo

La tarde desapacible se hizo aun más sombría cuando comenzó a oscurecer.
Las nubes bajas corrían como en estampida y de golpe, la llovizna se transformó en lluvia feroz.
Desde la pequeña elevación podía verse parte del camino.
El jinete corría anhelante. Su cabalgadura, un regio percherón, llevaba los ijares rojos por la sangre de las lastimaduras. Los cascos levantaban a su paso pedazos de barro, que lanzados como proyectiles volaban por el aire cayendo varios metros más atrás. La baba colgante del belfo demostraba sus últimos esfuerzos. Sobre un fondo de montañas inmensas, el castillo se divisaba aún bajo el aguacero. Sus muros enormes, daban la impresión de fortaleza.
Era un poder material dentro del contexto natural que lo rodeaba.

El mensajero cabalgó raudo por el puente levadizo de madera que salvaba el foso y entró con rapidez por la reja abierta. Antes que el animal se detuviera, desmontó de un salto pese a la armadura que llevaba y se dirigió al primer paje que salió a su encuentro. Su orden fue tajante:
     ¡Sacadle los arreos, limpiadlos! ¡Llevad el caballo al foso y matadlo! No vivirá mucho más, está acabado.
Tambaleándose por el cansancio, cruzó el Patio de Armas y se dirigió a la Sala Militar que tan bien conocía. El Capitán de la Plaza lo estudió con detenimiento:
    ¡Comandante!, ¡Estáis deshecho! —exclamó.
    ¡Eso no tiene importancia!  —contestó el jinete—. ¡Llevadme ante el Rey, rápido, traigo un despacho muy importante que debo entregarle!

La Torre del Homenaje se encontraba silenciosa. En la sala principal, un inmenso hogar prendido daba una sensación agradable. El humo que a veces remolineaba, hacía sentir el seductor olor de los troncos quemados.
El Rey estaba sentado en un sillón inmenso de madera. Cubierto con sus vestimentas matinales, el calor del fuego le hacía sentir somnolencia. Pero no era solamente la situación, la noche anterior no había podido dormir casi nada. El mensajero le había traído la noticia esperada, pero no por eso deseada.
El juego de Ajedrez Viviente, al final se realizaría.
Era la forma que había establecido con su oponente, el Visir Abdul Al-Mohardín, para dirimir los territorios pretendidos por ambos.
En un lugar a determinar se armarían los sesenta y cuatro escaques, disponiendo las piezas humanas: Reyes, Reinas, Caballos, Alfiles, Torres y Peones.
Pero estaba en juego algo más que un simple entretenimiento para dirimir la posesión de una comarca. Se había convenido que la pieza tomada debía ser eliminada, aniquilada. Era la manera de evitar un enfrentamiento de dos ejércitos que dejarían miles de muertos y devastación de poblados. Y además, conformaría el ansia de violencia que todos llevaban dentro. De alguna manera, por primera vez en muchos años, los reyes resolverían en forma personal sus intereses.

Eligió cuidadosamente a los peones por su bravura. Sus alfiles caballos y torres fueron seleccionados por sus condiciones estratégicas, su tenacidad y orgullo. La Dama, su Reina, fue bien instruida. Intuía que el sacrificio de algunos de ellos sería inevitable, pero estaba seguro de ganar. Tenía conciencia que jugaría muy bien, pero siempre estaban las circunstancias adversas. ¡Si sabía él lo que era eso! Su reinado llevaba ya veinte años.
Se decidió entre ambos monarcas, usar un lugar especial para el juego: una colina plana que quedaba casi a la misma distancia de ambos reinos. Cientos de hombres de ambos bandos la alisaron, armaron el gigantesco tablero blanco y negro y colocaron las tiendas para todas las comitivas. Una pequeña ciudad totalmente abastecida surgió de la nada, en muy poco tiempo.
De un lado la bandera negra con la cimitarra blanca en el medio, determinaba el lugar de Abdul Al-Mohardín. Del otro lado, la bandera blanca con la rosa roja. Era su distintivo. Nunca supo realmente porqué la eligió como su estandarte, tal vez por la sangre derramada en las luchas de conquista, tal vez porque era su color favorito, tal vez porque la planta tenía una flor hermosa pero su tallo estaba lleno de espinas, como la vida. Tal vez…

Llegó al lugar un día antes proponiéndose estudiar con serenidad sus jugadas.
El sonido de una trompeta sonó clara en el amanecer neblinoso. Se encontraron en el tablero. Cada uno de los personajes tomó posición. El nerviosismo por ambas partes se podía percibir hasta en el aire. Estaba en juego la existencia de cada uno de ellos, y más que eso, la vida del reino.
Le llamó la atención la belleza de la Dama Negra. Una piel morena, delicada. Ojos rasgados, exóticos. El pelo azabache cayendo lacio entre sus hombros. Una verdadera vestal.

Sortearon las piezas y cuando obtuvo las blancas, se sintió eufórico: ¡tenía la iniciativa! Comenzaba bien. Peón 4 Rey fue su primer lance, luego vino el desarrollo. Caballos y alfiles afuera, enroques, torres en posición. Se detuvieron al mediar la partida. Aquí había que jugar con cuidado, un error sería fatal. Estudió con lentitud sus próximas jugadas y las de su oponente, hasta que al final se decidió. Peón por peón, caballo por peón, alfil por caballo, torre por alfil, torre por torre… y las jugadas se hacían cada vez más frenéticas.
Pieza tomada, inmediatamente que salía del tablero, era ejecutada. Las espadas entraban y salían de la carne humana y la pila de cuerpos iba en aumento. El suelo de tierra comenzó a cambiar de color. El olor a sangre inundó el ambiente. Un rayo cayó, seguido del retumbar de los truenos que desgarraban el cielo. Una tormenta se precipitaba sobre la zona. Pero en ese preciso lugar, la muerte reinaba.

Miró por un momento el juego y vio “su jugada”.  La dama contraria estaba a su alcance. ¡Dama por Dama! De costado observó como un cuchillo penetraba en el pecho de la belleza negra. Observó su rostro y vio en sus ojos resignación… y triunfo.
¡Y de repente se dio cuenta!  La celada preparada por su rival había dado resultado. La torre negra exclamó ¡JAQUE! Se corrió al costado, al lado de su peón, único lugar posible. El alfil negro entró por la diagonal y exclamó ¡MATE!
Salió del tablero aún perplejo.  Solo atinó a levantar la vista para ver a su ganador.
Una cimitarra negra como un tizón del infierno, le cercenó la cabeza.
Esta, aún con el rostro desconcertado, rodó hasta los pies de la Dama Negra… como un tributo.

2do. premio de Literatura Tres de febrero 2017 - Cuento  


                                  

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