El viaje
La alarma lo sobresaltó.
BIP… BIP… BIP…
Era un sonido apagado pero
constante que lo alarmó.
Se levantó de un salto y corrió
por el pasillo de piso metálico.
Al llegar a la primera puerta,
timbreó rápidamente una contraseña en el reloj de la alarma de la pared.
Las dos mitades perfectamente
sincronizadas se abrieron introduciéndose en las cavidades correspondientes en
silencio, y abandonó el laboratorio.
Con rapidez se deslizó por otro pasillo,
pasando diferentes compartimientos alumbrados tenuemente con luces de
diferentes colores, hasta que al fin se encontró en la gran sala.
Una serie de paneles con
pantallas iluminaban apenas la estancia.
La gran ventana, cerrada,
permitía ver también una impronta metálica.
La luz roja intermitente, lo
movilizó hacia el cuadro correspondiente.
Apagó la alarma, hizo una serie
de correcciones y anotaciones en el tablero de la computadora y comprendió de
inmediato el desperfecto; un
micro-meteorito había atravesado uno de los paneles del hiper-impulsor. Nada
que no se pudiera arreglar.
Daisy, la computadora central,
con su voz femenina pero impersonal, se lo confirmó.
Se
sentó en la butaca de la Cabina de Mando.
Accionó unos controles y la
ventana se deslizó permitiendo ver el espacio exterior.
Las luces de infinitas estrellas
se reflejaban en ella, creando un caleidoscopio en diferentes tonalidades de
grises, que siempre lo sorprendían, y de hecho le agradaban.
Pensó, ¿Cómo sería el perfume de una estrella?
Con el teleobjetivo determinó el
lugar de desperfecto, y luego se dirigió de inmediato a una exclusa que se
encontraba a la derecha.
Digitó la apertura y penetró en
ella.
Detrás suyo, una pequeña
corriente de aire le hizo saber que la puerta se cerraba herméticamente.
Allí
estaba todo lo que precisaba, trajes de exposición, herramientas y la
maquinaria más acabada que había inventado el ser humano.
Tomó lo que consideró necesario
y se posicionó sobre una grúa de casi cinco metros de alto, que con sus manos
artificiales parecía un gran insecto metálico.
Abrió la compuerta y salió al
exterior de la nave.
Lento y seguro, gracias a los
pequeños empujes de sus motores transversales se dirigió al lugar del
desperfecto.
Con la autógena especialmente
diseñada, arregló el inconveniente en contados minutos
Cuando terminó, giró sobre el
espacio exterior y miró con agudeza la nave.
No era precisamente un dechado
de virtudes esbeltas.
Es más, su frente, ancho y
rectangular, en atmósfera, tenía un grado 0 de aerodinamia.
Pero para el espacio exterior,
sin fricción, era sugestiva.
Su belleza, perfectamente
simétrica, lo subyugó: el tamaño, su disposición, los cuatro motores fotónicos,
todo era de una perfección absoluta.
¡Qué hermosa sensación de bienestar!
El ser humano se había esmerado
hasta el límite en su construcción, y él estaba a cargo.
Volvió
a la exclusa exterior, abrió su inmensa puerta, penetró en ella y digitó su
cierre.
Comprobó todos los instrumentos
de forma concienzuda y detallada.
No cabían errores.
Verificó que la sala de dormitorios
se hallaba en órden al igual que las demás instalaciones.
Se tranquilizó al llegar a ella,
poniéndose a mirar lo que nunca acababa de comprender: seis parejas de bebés
humanos en estado de hibernación, perfectamente desarrollados, se encontraban
apacibles durmiendo en cubículos especiales.
Un control en cada uno de ellos,
monitoreaba su constante evolución.
Su misión estaba para ser
cumplida.
Se dirigían hacia el sistema
estelar Alfa Centauro, a 4,4 años luz de distancia de la Tierra, de donde habían
salido hacía casi diez años.
Los bebés debían llegar sanos y
salvos para recrear la especie, en un planeta habitable.
Lentamente se dirigió al
laboratorio.
Recordó que debía terminar el
proyecto de jardín hidropónico que estaba realizando.
Al cerrar la escotilla, las
luces de los paneles se suavizaron, dejando el ambiente apenas iluminado.
Todo estaba nuevamente en órden.
El viaje continuaba.
Por
más que no comprendiera la intangible personalidad de los seres humanos, el no
estaba para eso.
El era un hombre mecánico, una
máquina cibernética.
Perfectamente sincronizada,
hasta con reacciones humanas, pero robot al fin.
Ni siquiera pudo sentir la
soledad.
Editado en "La aventura de narrar" - 2015
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